Cada vez que alguien decide dar un voto al PRI está dando un vuelco a la historia de nuestro país, atentando contra la sensatez y la memoria de aquellos que hoy hicieron posible que el viejo régimen no esté de lleno en el control del mismo; cada vez que alguien ofrece su sufragio al PRI está entregando la nación a un grupo de perversos que no se detendrán ni escatimaran esfuerzos hasta que el control de los ciudadanos sea completo, por fuerza militar o por desapariciones; cada vez que alguien decide dar un voto al PRI está cometiendo un suicidio a su libertad (si alguna vez tuvimos una); cada vez que alguien vota por un candidato priista ofrece su dignidad a cambio de nada…
“No quiero ni pensar que Peña Nieto sea presidente” dijo una vez el ilustre Carlos Fuentes, que hoy se encuentra en un lugar mejor, allá en la región más transparente del aire; y esa frase, al igual que su vasta obra, quedará marcada por siempre dentro de los lares de mi memoria.
La frase hace eco en mi mente por el contenido que entre líneas se oculta, taciturnamente entre cada letra pronunciada, porque esas palabras juntas, tan limpias, lo único que hacen es advertirnos del peor de los males, de la cosa más horrible que podría pasarle a este país, de la penitencia más grande impuesta a un pueblo, del peor castigo que un dios vengativo podría realizar a sus subordinados, se trata de un vuelco al autoritarismo.
A lo largo de la historia el PRI sólo ha demostrado que cuando algo sale de control, cuando los jóvenes se rebelan contra el sistema, cuando los campesinos exigen sus derechos, por poner dos ejemplos, la mejor arma es la que se oculta en los cuarteles militares y la que hay detrás de los medios de comunicación.
En el 68, Jacobo Zabludovsky, informaba a la nación mexicana que los estudiantes habían asesinado brutalmente a los soldados, que el ejército había hecho acto de presencia pacífica y que los intolerantes, como en nuestros tiempos, éramos los académicos. Llenando brutalmente a aquellos que combatían del “lado del bien” (aquellos por cada rebelde muerto) con heroísmo y de alabanzas patrióticas.
Pero todo régimen caduca, se vuelve obsoleto y debe morir. En el año 2000, el de los grandes cambios, el partido del Estado vio sucumbir lo que años de luchas, de muertes, de desapariciones, de presos, les había costado, el poder absoluto, en nombre y forma, de México. El partido de oposición por excelencia ocupaba ahora el lugar en la silla presidencial. Sin embargo, el poder corrompió las conciencias de los que ahora ejercen el poder y le dieron vida a un partido cuya vida se veía agotada, cuya extinción era inevitable, le dieron la fortaleza para que con viejas usanzas se levantará como el Goliat que otrora fue.
Mas podría írsenos la vida en hablar de las desventuras y desgracias que hiciera el Partido de la Revolución Institucional al país, no obstante, era necesario hacer este escueto y pequeño resumen para hablar de lo que viene, de lo que podría ocurrir, y que, como acertadamente Carlos Fuentes mencionaba, no quiero ni imaginar.
Es sabido, al menos para una minoría informada, que la estrategia priista es una réplica de la que Díaz Ordaz aplicará para llegar al poder, la ideología compartida de un ejecutivo autoritario, fascista e imponente, cuya voluntad no debe ser rebasada por las manifestaciones y opiniones de algunos cuantos, cuya palabra vale más que el oro mismo.
Pero además hay otras cosas perversas y que no quiero ni pensar qué puede ocurrir si el PRI, no Peña Nieto, llega al poder. ¿Se imagina usted las acciones que se llevarán a cabo contra todos aquellos que estamos o nos hemos manifestado en su contra, tomando por ejemplo los universitarios? ¿Ha considerado el peligro que correría al expresar una opinión diferente a la que los medios “oficiales” ofrezcan?
El problema va más allá de fondo, los medios de comunicación son los transmisores más poderosos para la manipulación del pueblo, aquel del que dijera Porfirio Díaz “pan y circo”, el que se cree las mentiras de “buena fe” que expresan los titulares de los noticieros. Aquel pueblo que sólo consume la información y no la digiere por completo porque a una noticia sigue otra, y otra, y así por los siglos de los siglos. Los orquestadores del renacimiento priista son cuatro, cinco nombres, quizás un poco más, los responsables: los Azcárraga, los Salinas Pliego, los Marín, los Vázquez Raña, dueños de los medios más importantes e influyentes de la nación; la pregunta ¿a cambio de qué se han vendido?
Si resultara poco aún el dominio absoluto de los transmisores de cultura, como señalaran Mattelart y Dorfman, el diputado federal, de extracción priista y que además contiende por un lugar en el Senado por el estado de Jalisco, Arturo Zamora, sujeto ligado al narcotráfico (que no está por demás decirlo) ha propuesto la siguiente modificación al Código Penal Federal:
«Artículo 412 Bis. Se impondrán de cien a doscientos días de multa y prisión de uno a seis años a quien injurie o difame a las instituciones, autoridades electorales, partidos políticos, precandidatos, candidatos o coaliciones; si el responsable fuese funcionario electoral, funcionario partidista, precandidato, candidato o servidor público, la pena será de 200 a 300 días de multa y prisión de dos a nueve años».
¿Se imagina lo qué eso significa? Que ya no podremos expresarnos mal, ni criticar a la autoridad, en pos de que, de proteger a los delincuentes, de cubrir la impunidad. Pero de eso no informan en la tele. Resultará ahora, pues, que iremos a ocupar las cárceles como presos políticos solamente por pensar.
Hasta este punto, aquellos que dedican su vida a los medios de comunicación, y entre los que me incluyo como universitarios estudiante de la carrera en ciencias de la comunicación, veremos nuestra libertad (sí había alguna) de expresión coartada, lo único que nos quedaba, la voz que podía hacerse sentir aun cuando las condiciones socioeconómicas no daban para más.
Este sistema está por colapsar, no es ninguna novedad, es un secreto a voces que conocemos pero no queremos aceptar, ha llegado el momento de tomar consciencia, de hacernos presentes como sociedad, de dejar de lado manierismos y absurdos como “ellos si saben gobernar” o el corrupto “roban pero dejan robar”, votar por el PRI es un retroceso en la evolución de nuestra sociedad, de nuestra historia, no permitamos que el viejo régimen vuelva, porque entonces la válvula de escape explotará y ahí sí: “no me quiero imaginar que Peña Nieto sea presidente”.
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