Cuando en aquel momento precisó mirar detrás suyo para observar si aquella sensación de que alguien lo seguía era verdad o mentira, no lo fue así. Seguía caminando solo. Era para ese entonces un día de esos en que parece que todo te saldrá mal y si a eso le sumamos que el horizonte le aguardaba una tormenta, las cosas irían peor, y no precisamente que le temiera a un poco de agua, ya estaba acostumbrado a que le lloviera, precisamente como se dice popularmente “le llovía sobre mojado” todos los días, podríamos hasta considerarlo el hombre con más desfortuna del mundo.
Hoy la lluvia sería distinta, antes tendría un techo que lo protegiera, aunque en él hubiera alguna que otra gotera a la que simplemente bastaba con un recipiente para evitar que se mojara el piso. Pero este día ya no hay más techo, ni siquiera cuatro paredes, es más no digo cama porque sería mucho premio, ni siquiera una almohada en la cual descansar la cabeza. Todo por una apuesta. El juego había sido su perdición. Ya lo recordaba, desde niño siempre fue así, se la pasaba apostando sus canicas y su comida que llevaba a la escuela, pocos días eran los que ganaba un sándwich más o que acrecentaba su colección de “agüitas”, es más siempre fue precavido, todo el tiempo le pedía a su madre un sándwich extra para no quedarse con hambre y a su padre le exigía como premio al sacar buenas notas una bolsa con canicas.
Esta vez todo era distinto, ni estaba su madre para pedirle una cobija más por si hacia frio, ni estaba su padre para exigirle una casa nueva. No sabía precisamente hacia que lugar caminar, da lo mismo el sitio, cuando no se tiene una casa material el mundo es tu hogar, los parques son tus jardines y los pequeños monumentos son tus adornos, en navidad los edificios son tus pinos cubiertos de luces, y las bancas de los parques tus camas perfectas.
Había apostado con el destino y había perdido. Ya paso en una ocasión y en aquella perdió a su esposa. Aposto por ser infiel, tardar unos minutos más de la cuenta, se las ingeniaría con algún pretexto tonto. Su esposa se encontraba embarazada, fue una de esas apuestas de todo o nada. El edificio en que vivían se quedo sin luz; el problema real no era ese, sino que no hubo nadie a quien avisar después de que se le rompió la fuente, era un embarazo de alto riesgo, los médicos no conocen las causas, pero al final, en la madrugada en que después de haber jugado su mejor carta llegó a besar a su esposa la encontró muerta.
Así que perdió otra parte de su vida, apostando y apostando. Decidió apostarle una vez más al destino, todo lo que tenia, que para ese momento ya era muy poco, o realmente podría tener mucho precio su vida, todo en un juego de azar: cruz vivo, cara muero. Iba caminando mientras lo hacía, lanzó su moneda al aire en la espera inconsciente de que cayera cara, la moneda resbaló de su mano, rodó por el suelo, atravesando la media calle, y en el preciso momento en que se agachaba para recogerla, un camión conducido por un chofer ebrio, como afirmaban las noticias, lo embistió fuertemente arrebatándole la vida al instante. No tuvo tiempo ni siquiera de ver el lugar en que estaba, aunque entre sus manos apretaba la moneda, agradecía de cualquier modo a la vida, porque pensaba que le había hecho trampa, ya que cuando vio el resultado en su rostro se esbozaba una sonrisa.
Hoy la lluvia sería distinta, antes tendría un techo que lo protegiera, aunque en él hubiera alguna que otra gotera a la que simplemente bastaba con un recipiente para evitar que se mojara el piso. Pero este día ya no hay más techo, ni siquiera cuatro paredes, es más no digo cama porque sería mucho premio, ni siquiera una almohada en la cual descansar la cabeza. Todo por una apuesta. El juego había sido su perdición. Ya lo recordaba, desde niño siempre fue así, se la pasaba apostando sus canicas y su comida que llevaba a la escuela, pocos días eran los que ganaba un sándwich más o que acrecentaba su colección de “agüitas”, es más siempre fue precavido, todo el tiempo le pedía a su madre un sándwich extra para no quedarse con hambre y a su padre le exigía como premio al sacar buenas notas una bolsa con canicas.
Esta vez todo era distinto, ni estaba su madre para pedirle una cobija más por si hacia frio, ni estaba su padre para exigirle una casa nueva. No sabía precisamente hacia que lugar caminar, da lo mismo el sitio, cuando no se tiene una casa material el mundo es tu hogar, los parques son tus jardines y los pequeños monumentos son tus adornos, en navidad los edificios son tus pinos cubiertos de luces, y las bancas de los parques tus camas perfectas.
Había apostado con el destino y había perdido. Ya paso en una ocasión y en aquella perdió a su esposa. Aposto por ser infiel, tardar unos minutos más de la cuenta, se las ingeniaría con algún pretexto tonto. Su esposa se encontraba embarazada, fue una de esas apuestas de todo o nada. El edificio en que vivían se quedo sin luz; el problema real no era ese, sino que no hubo nadie a quien avisar después de que se le rompió la fuente, era un embarazo de alto riesgo, los médicos no conocen las causas, pero al final, en la madrugada en que después de haber jugado su mejor carta llegó a besar a su esposa la encontró muerta.
Así que perdió otra parte de su vida, apostando y apostando. Decidió apostarle una vez más al destino, todo lo que tenia, que para ese momento ya era muy poco, o realmente podría tener mucho precio su vida, todo en un juego de azar: cruz vivo, cara muero. Iba caminando mientras lo hacía, lanzó su moneda al aire en la espera inconsciente de que cayera cara, la moneda resbaló de su mano, rodó por el suelo, atravesando la media calle, y en el preciso momento en que se agachaba para recogerla, un camión conducido por un chofer ebrio, como afirmaban las noticias, lo embistió fuertemente arrebatándole la vida al instante. No tuvo tiempo ni siquiera de ver el lugar en que estaba, aunque entre sus manos apretaba la moneda, agradecía de cualquier modo a la vida, porque pensaba que le había hecho trampa, ya que cuando vio el resultado en su rostro se esbozaba una sonrisa.
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