Es el oficio más antiguo del mundo y el peor visto por la sociedad en general. Ser puta, significa abrir una herida todos los días frente a un desconocido que no es un médico; ser puta, significa ser fuente de enfermedades de transmisión sexual, de miradas desgarradoras, de improperios, de violencia física y psicológica, de discriminación; ser puta, significa limpiar y curar un ego herido y una calentura.
Las putas siempre han existido, a nadie le sorprende, inclusive en el libro de ciencia ficción por excelencia, para unos, para otros el mandamiento divino, menciona uno de estos mal veneradores personajes y, no solo eso, sino que el mesías la exculpó y según alguno la convirtió en su pareja.
Mujeres de todos y a la vez de nadie, no exigen nada a cambio de sus servicios, solo unas monedas y aunque curan los males de los hombres son estos los que más las violentan. Son muchas las voces que se suman al respeto a estas mujeres, la “Marcha de las Putas” ocurrida recientemente en la ciudad de Guadalajara, es el eco de lo acontecido en Toronto, Canadá, a raíz de las declaraciones de un policía que señalaba que las mujeres debían evitar vestirse como putas para no ser víctimas de violencia sexual.
Lo que ocurre dentro de la sociedad es denigrante; el hecho de que el 85% de la población de prostitutas sean portadoras de una ETS, no nos da derecho a mirarlas feo o tratarlas con desdén. La pregunta es ¿por qué no tomar el ejemplo, de un país como Holanda, donde las prostitutas gozan de seguro social y control de enfermedades y un trato de equidad?
Cualquiera puede ser puta o proxeneta; cualquiera puede ofenderlas, pero se olvidan que antes de putas son hermanas y son madres, son mujeres con los mismos derechos, al menos por la Constitución, son seres humanos iguales a todos, de carne y hueso, que también exigen respeto.