“Esquina bajan” y como el chofer va retrasado (no mentalmente) no le importa si el pasajero timbró anunciando sus deseos de bajar de la unidad hace 4 cuadras; mientras tanto el minibús a más de 50 km por hora (que es la velocidad máxima permitida para este transporte).
“Toreando” carros, rebadando sin importar la mercancía (léase los pasajeros), personas gritando “¡Bajan!”, aunque a estas alturas es difícil saber si es “bajan” de descender del camión o de disminuir la velocidad, y entre los recordatorios del “día de las madres” aunque sea julio, el clásico niño mimado llorando desconsolado (por una extraña razón, y al decirle “cállate hijo” grita más fuerte) y los daltónicos que no respetan el lugar de las mujeres embarazadas, ciegos, ancianos y personas con “capacidades diferentes”; malamente los asientos están señalados, pareciera que hemos perdido los valores cívicos, aunque los de las “capacidades diferentes” son todos aquellos que se sientan ahí y no cumplen los requisitos para hacerlo.
“¡Bajan!” grita un hombre de unos cuarenta años de edad mientras golpea la puerta como si con eso pudiera abrirla, el tráfico es pesado y con el “calorcito” y la unidad terriblemente llena hace que la temperatura sea de veinte grados más que la que se siente a la sombra. Otro recuerdo del “diez de mayo”, los murmullos entre los pasajeros comienzan a hacerse más fuertes, los lloriqueos del niño suenan ahora con más intensidad haciendo que el “amable y paciente” (nótese el sarcasmo) conductor se estrese de más y trate mal a su mercancía (recuérdese léase como pasajeros).
El timbre que en estos momentos se convierte en un instrumento musical, melodías como “me saludas a la tuya” y “la turca que la mía es árabe” se hacen presentes mientras al unísono tres voces (una mujer, un joven y el mismo señor cuarentón) gritan “¡bajan!”, aunque el chófer se hace el que “la virgen le habla” llega un momento en que la gente te desespera. “El timbre no es freno” grita furibundo y de nueva cuenta “¡bajan!” seguido de un tímido “si quieres hasta tu casa”, ya saben para sazonar el caldo; hablando de platillos internacionales, los “tallarines de camarón” se encuentran a la orden del día. Además de lo anterior, viajar en el “sexochenta” tiene sus ventajas: sauna, masajes y perfume (7 machos, pero bañados en sudor). Un transporte urbano de primer mundo.
Para estos momentos la mercancía, perdón quise decir los pasajeros, piensan en amotinarse: tomar el control del autobús y lanzar por la puerta de ventilación al chofer, claro todo esto desde una visión maquiavélica. “¡Bajan, hijo de tu «repoquianchis» madre!”, será por la fuerza del insulto, porque ya es tiempo de descargar pasaje, porque ya no hay tráfico o, porque simplemente el conductor se hartó de tanto zafarrancho y, como no son cerdos para su rastro, los deja bajar de la unidad.
“¡Bajan!” grita un hombre de unos cuarenta años de edad mientras golpea la puerta como si con eso pudiera abrirla, el tráfico es pesado y con el “calorcito” y la unidad terriblemente llena hace que la temperatura sea de veinte grados más que la que se siente a la sombra. Otro recuerdo del “diez de mayo”, los murmullos entre los pasajeros comienzan a hacerse más fuertes, los lloriqueos del niño suenan ahora con más intensidad haciendo que el “amable y paciente” (nótese el sarcasmo) conductor se estrese de más y trate mal a su mercancía (recuérdese léase como pasajeros).
El timbre que en estos momentos se convierte en un instrumento musical, melodías como “me saludas a la tuya” y “la turca que la mía es árabe” se hacen presentes mientras al unísono tres voces (una mujer, un joven y el mismo señor cuarentón) gritan “¡bajan!”, aunque el chófer se hace el que “la virgen le habla” llega un momento en que la gente te desespera. “El timbre no es freno” grita furibundo y de nueva cuenta “¡bajan!” seguido de un tímido “si quieres hasta tu casa”, ya saben para sazonar el caldo; hablando de platillos internacionales, los “tallarines de camarón” se encuentran a la orden del día. Además de lo anterior, viajar en el “sexochenta” tiene sus ventajas: sauna, masajes y perfume (7 machos, pero bañados en sudor). Un transporte urbano de primer mundo.
Para estos momentos la mercancía, perdón quise decir los pasajeros, piensan en amotinarse: tomar el control del autobús y lanzar por la puerta de ventilación al chofer, claro todo esto desde una visión maquiavélica. “¡Bajan, hijo de tu «repoquianchis» madre!”, será por la fuerza del insulto, porque ya es tiempo de descargar pasaje, porque ya no hay tráfico o, porque simplemente el conductor se hartó de tanto zafarrancho y, como no son cerdos para su rastro, los deja bajar de la unidad.
Descienden 5 personas del camión y la historia se repite.
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