Un aporte del buen señor Ensfumus, un extracto de un libro extremadamente recomendable, de Sartori, "Homo Videns: la sociedad teledirigida". Sin más preambulo aqui esta el texto...
EL DEMOS DEBILITADO
Democracia quiere decir, literalmente, «poder del pueblo», soberanía y mando del demos. Y nadie pone en cuestión que éste es el principio de legitimidad que instituye la democracia. El problema siempre ha sido de qué modo y qué cantidad de poder transferir desde la base hasta el vértice del sistema potestativo. Una cuestión es la titularidad y otra bien diferente es el ejercicio de poder. El pueblo soberano es titular del poder. ¿De qué modo y en qué grado puede ejercitarlo?
Democracia quiere decir, literalmente, «poder del pueblo», soberanía y mando del demos. Y nadie pone en cuestión que éste es el principio de legitimidad que instituye la democracia. El problema siempre ha sido de qué modo y qué cantidad de poder transferir desde la base hasta el vértice del sistema potestativo. Una cuestión es la titularidad y otra bien diferente es el ejercicio de poder. El pueblo soberano es titular del poder. ¿De qué modo y en qué grado puede ejercitarlo?
Para responder debemos volver a la opinión pública (vid. supra, págs. 69-72) y a la cuestión de lo que sabe o no sabe. Ya he expresado mi malestar sobre el hecho de que los sondeos de opinión no verifiquen la consistencia de las opiniones que recogen. De todos modos sabemos —lo palpamos todos los días— que la mayor parte del público no sabe casi nada de los problemas públicos. Cada vez que llega el caso, descubrimos que la base de información del demos es de una pobreza alarmante, de una pobreza que nunca termina de sorprendernos.
Se podría pensar que siempre ha sido más o menos así y que, a pesar de ello, nuestras democracias han funcionado. Es cierto. Pero el edificio que ha resistido la prueba es el edificio de la democracia representativa. En ésta, el demos ejercita su poder eligiendo a quien ha de gobernarlo. En tal caso, el pueblo no decide propiamente las issues —cuál será la solución de las cuestiones que hay que resolver— sino que se limita a elegir quién las decidirá. El problema es que la democracia representativa ya no nos satisface, y por ello reclamamos «más democracia», lo que quiere decir, en concreto, dosis crecientes de directismo, de democracia directa. Y así, dos profetillas del momento, los Toffler, teorizan en su «tercera ola» sobre una «democracia semidirecta» . De modo que los referendos están aumentando y se convocan cada vez más a menudo, e incluso el gobierno de los sondeos acaba siendo, de hecho, una acción directa, un directismo, una presión desde abajo que interfiere profundamente en el problem solving, en la solución de los problemas. Esta representará una mayor democracia. Pero para serlo realmente, a cada incremento de demopoder debería corresponderle un incremento de demo-saber De otro modo la democracia se convierte en un sistema de gobierno en el que son los más incompetentes los que deciden. Es decir, un sistema de gobierno suicida.
A diferencia de los progresistas del momento, los progresistas del pasado nunca han fingido que no entendían que todo progreso de la democracia —de auténtico poder del pueblo— dependía de un demos «participatiyo» interesado e informado sobre política. Por eso, desde hace un siglo, nos estamos preguntando cuál es la causa del alto grado de desinterés y de ignorancia del ciudadano medio. Es una pregunta crucial, porque si no hay diagnóstico no hay terapia.
Cuando se libraba la batalla de la ampliación del sufragio, a la objeción de que la mayoría no sabía votar y, por tanto, no era capaz de utilizar este instrumento, se respondía que para aprender a votar era necesario votar. Y a la objeción de que este conocimiento, este aprendizaje, no progresaba, se replicaba que los factores de este bloqueo eran la pobreza y el analfabetismo; de lo cual no se podía dudar. Por otra parte, nos encontramos ante el hecho de que la reducción de la pobreza y el fuerte incremento de la alfabetización no han mejorado gran cosa la situación.
Se entiende que la educación es importante. Pero también es fácil comprender por qué un crecimiento generaldel nivel de instrucción no comporta por sí mismo un incremento específico de ciudadanos informados sobre cuestiones públicas; lo cual equivale a decir que la educación en general no produce necesariamente efecto de arrastre alguno sobre la educación política.
Por el contrario, cada vez más, la educación especializa y nos limita a competencias específicas. Aunque, en hipótesis, tuviéramos una población formada por licenciados, no está claro que por ello habría un incremen to relevante de la parte de población que se interesa y especializa en política. Y, si fuera así, el problema quedaría tal y como está. Pues un químico, un médico o un ingeniero no tienen una competencia política que los distinga de quien no la tiene. Sobre cuestiones políticas dirán las mismas trivialidades o necedades que puede decir cualquiera. Pero concretemos aún más.
Hasta ahora no he insistido sobre la distinción entre información y competencia cognoscitiva. Es, no obstante, una distinción esencial. El hecho de que yo esté informado sobre astronomía no me convierte en astrónomo; no por estar informado sobre economía soy economista; y que yo posea información sobre fisica no me transforma en fisico. Análogamente, cuando hablamos de personas «políticamente educadas» debemos distinguir entre quien está informado de política y quien es cognitivamente competente para resolver los problemas de la política. A esta distinción le corresponden grandes variaciones entre las dos poblaciones en cuestión. Es comprensible que los porcentajes dependan de cuánta información y qué cognición se consideren respectivamente suficientes y adecuadas. Pero, en Occidente, las personas políticamente informadas e interesadas giran entre el 10 y el 25 por ciento del universo, mientras que los competentes alcanzan niveles del 2 ó 3 por ciento „.
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